Antes que existieran los Incas existían las Ingas.
Llámenlos pacaes, guabas, chimbillos – claro o shimbillos – o tal vez por formalidad, Inga, como es su nombre científico. Llámenlos como quieren – son unos frejoles cuyas vainas están llenas de un manjar que se podría vender en el circo cómo cotton candy. Sus semillas duras brillosas se asemejan a unos pallares de otra dimensión. Sus flores parecen copos de nieve.
Pero vamos al grano. No hay niño en el mundo que rechace la guaba. Adulto que no la reciba debe pensárselo dos veces.
Y para la chacra no hay mejor opción que ésta. Renovadora de suelos cansados y desgastados, la guaba revive lo que antes no tenía sentido. La fruta es rica sí, pero en el suelo está el milagro.
Hay que sembrar guaba porque hay que comer guaba. Hay que comer guaba porque hay que sembra guaba. ¿Ya lo tienen claro?